jueves, 31 de octubre de 2013

La foto de Rajoy

Soy consciente que ni la foto de mi graduación, la de mi boda o la que me puedan hacer como astronauta en la Estación Internacional salvando al mundo de una hecatombe, jamás tendrán tanto éxito como la foto con Rajoy. Tiene además una particularidad y es que cada año y medio, un nuevo amigo la descubre, escribe un comentario y la foto vuelve a aparecer en el tablón de todos los amigos, que con admiración y respeto dejan comentarios como:

- Jajajajajajajaja. —Isaac Ayuso
- Acabas de dejar de molar —Nerea Paniagua
- Jajajajaja —Olga Nozal
- He oído comentar que la gente del programa "Equipo de investigación" (Antena 3) se ha hecho con las imágenes de aquel encuentro —Jonathan González
- Jajajajaja (again) —Alf-Onsa
- Yo creo que deberías quitarla.... que eres mi hermano y luego todo se sabe. —Beatriz Quintana

A mi favor debo alegar las siguientes razones:

1.- La foto data del 2005, por aquel entonces ZP era el presidente, yo era muy joven y Rajoy no era tan malo.
2.- Reitero la fecha de la foto: 2005. ¡No me he afeitado la barba ayer!
3.- Sé que podría eliminar la foto, pero con lo mal que lo está pasando Mariano últimamente... imaginad la cara que pondría cuando se entere...
4.- Además, me hace feliz pensar que olvidaréis esta foto y dentro de un año y medio alguien volverá a comentarla y tendréis nuevamente otro momento feliz para poner vuestros comentarios a este amigo y a este presidente al que tanto queremos y que tan bien se portan con nosotros.




domingo, 22 de septiembre de 2013

Uno no es de donde viene, sino de donde le gustaría volver.

Hoy hace un mes que volví de Ecuador y me ha invadido la consiguiente nostalgia, y me he dado cuenta que durante los 6 meses que estuve en la mitad del mundo casi no escribí en el blog, pero no fue por falta de ganas sino de tiempo. Había tanto por hacer y conocer que tenía que aprovechar los ratos libres para beber cerveza descansar y leer tranquilamente en casa.

La cuestión es que esa falta de tiempo hizo que la única entrada que escribí en el blog mientras estaba allí fue para hablar de esa simpática anécdota en la que pensé que moriría con un suero inyectado al brazo, y no quiero que los millones de lectores de este blog repartidos por todo el mundo y parte de la Galáxia queden con esa mala imagen y piensen que fue tan traumática mi estancia allí. A decir verdad, fue todo lo contrario.

En Ecuador pude viajar y ver ciudades preciosas, montañas impresionantes, animales exóticos y bosques increíbles. Pero sin duda, lo que hace que te enganche el país y que quieras volver es su gente, y es lo que en días como hoy echas en falta. Y mira que hay personas y personalidades diferentes en el país, pero todas ellas –o al menos las que he tenido la suerte de conocer– comparten una hospitalidad y te ofrecen un cariño de una forma tan sencilla pero a la vez tan bonita, que he llegado a pensar que padezco una minusvalía sentimental por no ser capaz de hacer lo mismo.

Por eso quiero aprovechar este pequeño lugar virtual para agradecer a toda la familia de la PUCE SD el cariño que me han dado, a los profes que tanto me ayudaron, los alumnos que tanto me aguantaron, y a los amigos con los que tantos momentos bonitos he podido pasar. GRACIAS por convertir esos 6 meses en una experiencia inolvidable, que me ha dejado una huella tan bonita y que me han permitido ensanchar un poquito más el alma.

Espero escribir durante los próximos días sobre algunas cosas más de Ecuador, lo primero para empezar a quitar las telarañas al blog que lo tenía un poco abandonado, lo segundo para practicar un poco con la escritura que sino los guiones que van a salir en el máster no valdrán ni para una película de las 4 de la tarde, y lo tercero, para que cuando me vuelva a entrar la nostalgia ecuatoriana pueda releer las entradas y recordar viejos tiempos. Aunque en verdad para eso prefiero los mensajes que sigo recibiendo desde el otro lado del charco y que me hacen sentir que sigo estando muy cerca de ese precioso lugar del mundo. O mejor, que nunca me he ido.




domingo, 21 de abril de 2013

No me hinche las venas


Dicen que para conocer un país de verdad tienes que hacer tres cosas: vivir en una casa, viajar en un autobús y visitar un hospital. Y lo que más he tardado ha sido en coger un autobús.

Vayamos al comienzo.

Todo se remonta a la primera semana que estuve aquí. La acogida que tuve en la nueva familia fue muy agradable y, junto con Diego, el otro profe que vive conmigo, quisimos marcarnos un bonito detalle con la madre ecuatoriana comprando una tarta con la excusa de celebrar el primer cumpleaños del perro.

El problema es que nadie nos avisó de lo delicado que es comprar productos fríos en este país: que si hay que ir a sitios de confianza, que si hay que revisar lo que se compra, que si con esa cara de guiris estamos pidiendo a gritos que nos den productos caducados... Total, que dos horas después de cenar la magnífica tarta, estábamos dando buena cuenta de ella en los servicios de toda la casa. Y digo toda la casa no por capricho, sino porque aquí el agua se corta por la noche y la primera vez que tiras de la cadena funciona, pero la segunda...

En definitiva, después de inutilizar todos los baños, nos vimos en la obligación física y moral de despertar a la madre, que además es doctora, e informarle de lo sucedido en nuestros estómagos y en sus servicios. Y como el acceso a las jeringuillas en esta casa es tan rápido y mi bronceado nórdico es tan llamativo aquí, poco tardaron en ponerme en la cama con un diagnóstico de deshidratación aguda en el expediente e inyectarme varias bolsas de suero con un antibiótico que podría tumbar varios elefantes.

Hicieron falta dos días para que mi brazo diera cuenta de tal ingente cantidad de líquidos y cuando por fin me quitaron la vía, comenzó la nueva aventura post-catéter.

Cuando me pasaba el dedo por el brazo, donde había tenido la aguja, lo notaba inflamado. Me dijeron que no me preocupara, que era cuestión de días que bajara la inflamación. Pero pasaba una semana, pasaba otra y otra y eso seguía igual. Entonces tuve una revelación: ¿me habrían dejado la aguja dentro? Los síntomas coincidían: había algo duro en el brazo, la forma coincidía, no dolía, estaba en el lugar de la inyección... las personas cercanas estaban convencidas de que era eso, lo cual unido a mi ligera (casi imperceptible) hipocondría, me llevó de inmediato a visitar el hospital y pedir diagnóstico. Y no se si sería por lo curioso del caso, o porque el personal tenía poco que hacer, o porque llamaba la atención ver a un guiri siendo paseado en silla de ruedas (obligatorio según las normas del centro) que se me acercaron varias personas a dar su diagnóstico. Un doctor decía que era inflamación, otro decía que podía ser aguja, un tercero decía que operábamos y a ver que salía, la auxiliar que si conocía a su sobrina que trabajaba en la misma universidad que yo, y el bedel que no me levantara de la silla de ruedas, que sino le despedían.

Finalmente me llevaron a los Rayos X para descartar que fuera aguja, y después me propusieron hacer una ecografía. Les dije que no tenía ningún retraso, pero si lo consideraban necesario no había problema. Nuevos paseos en silla de ruedas por el hospital, media hora con el aparato puesto viendo venas y un par de mareos después, llegó el diagnóstico final. Se descartaba que hubiera quedado algo dentro del brazo, que posiblemente la vena hubiera reaccionado por un medicamento agresivo y se hubiera quedado fibrada y obstruida, y que o bien se recuperaría con el tiempo o bien perdería esa vena, pero que no me preocupe que esas cosas pasan. Al menos me regalaron el termómetro para pasar el disgusto.

Y aquí acaba (de momento) esta historia sanitaria. Aprovecho para dar las gracias a los que me ayudaron de una u otra forma durante esos duros momentos y pedirles que, en caso de que quieran seguir haciéndolo y tengan alguna vena que no estén utilizando, la envíen por certificado postal urgente a Ecuador. Es misión humanitaria y desgrava en Hacienda.

lunes, 18 de marzo de 2013

Tintín y el misterio de los Tsáchilas



El día antes de que Emisión Mahonita saliera a la luz, elegí la portada de Tintín y la Isla Negra para ilustrar el momento. Recuerdo la sensación de incertidumbre que tenía por tantísimas cosas que podían cambiar en mi vida. Y ahora, casi 3 años después, me doy cuenta del bien que me hizo dar ese paso.

Hoy estoy en un momento parecido así que, quizás un poco por superstición, la imagen también tenía que ser de Tintín. La otra opción supersticiosa habría sido acudir a la tribu de los Tsáchilas, el pueblo indígena de Santo Domingo, y haber pedido un lavado de espíritu, que consiste en cobrarte unos cuantos dólares por pasarte un huevo por todo el cuerpo (huevo de gallina, entiéndase) y después escupirte una bebida alcoholica a la cara. Llamadme finolis si queréis pero preferido la primera opción.

La cosa es que mañana comienzo nueva etapa como profesor y lo hago con muchísimas ganas, no solo de enseñar, sino de aprender. La acogida en la universidad ha sido genial y espero devolver todo el cariño con creces. A las 7 de la mañana, tengo la primera clase. Espero que, si consigo despertar a los alumnos para entonces, pueda empezar a comprobar lo gratificante que debe ser enseñar lo que te apasiona. Lo que hace poco estaba aprendiendo de la mano de amigos y profesores y que se hacía sin medios pero con ganas.

Mañana llego nuevamente a una isla negra que atesora un gran misterio. Un misterio que iré descubriendo poco a poco, pero que a buen seguro merecerá la pena conquistarlo.